Monsanto, entre la apropiación indebida y la publicidad engañosa

2012-09-18

La transnacional podría encontrar en Brasil un límite hasta ahora impensado: cinco millones de productores de soja le reclaman una fortuna por “apropiación indebida” de regalías.

En juego están unos 7.500 millones de dólares que los sembradores de soja de todo tamaño (pequeños, medianos y grandes), podrían cobrar de manos de la mayor empresa de agroquímicos del planeta.

En abril pasado, un juez de primera instancia de Rio Grande do Sul, Giovanni Conti, que entendía en un pleito presentado tres años antes por productores sojeros de ese estado, ordenó a la transnacional estadounidense dejar de cobrar regalías por la patente que detenta sobre una semilla de soja transgénica.

La patente, falló el magistrado, estaba vencida desde 2003. Conti intimó entonces a la empresa no solo a dejar de percibir el canon correspondiente (2 por ciento de la producción generada a partir de esa semilla) sino a devolver el dinero recaudado desde 2004, es decir unos 2.000 millones de dólares.

La transnacional apeló, pero a mediados de junio la Suprema Corte de Justicia de Brasil extendió la validez del fallo del tribunal riograndense a todo el territorio nacional.

Si la resolución de abril quedara firme, Monsanto debería pagar a los cinco millones de productores brasileños de soja –ya no únicamente a los miles de Rio Grande- unos 7.500 millones de dólares.

Todavía se está lejos de una resolución definitiva –se estima que antes de fines de 2013 no habrá novedades- pero la transnacional, que figura en la lista de las más resistidas y boicoteadas por los pequeños y medianos agricultores de todo el planeta, podría llegar a conocer un revés que jamás soñó.

De demandante a demandada

Habitualmente sucede a la inversa: es Monsanto la que denuncia a los agricultores ante la justicia para cobrar las regalías sobre los paquetes tecnológicos que les vende.

“Cuando no gana, presiona, chantajea, atemoriza, pero es raro que no termine saliéndose con la suya, porque allí donde se instala acaba montando un circuito redondo del que es difícil que alguien pueda salir”, dice Marie Monique Robin, una periodista francesa “especializada” en esta transnacional y autora de investigaciones como “El mundo según Monsanto”.

La historia de la transnacional en Brasil es, acaso, curiosa. Su soja genéticamente modificada, que comenzó a producir en los primeros años noventa en Estados Unidos, ingresó al país de contrabando desde Argentina hacia finales de esa década.

Durante varios años las semillas transgénicas de la oleaginosa estuvieron prohibidas en Brasil, pero no hubo esfuerzo que las frenara.

En 2005, el gobierno del presidente Lula da Silva legalizó el cultivo, según alegó porque no podía combatir el hecho consumado de su imposición, y después destinó millones y millones de dólares a desarrollarlo. A tal punto, que Brasil es hoy el segundo productor y exportador mundial de soja transgénica, que 17 de los 25 estados del país están sembrados con ella y que la famosa hojita verde de laboratorio genera el 26 por ciento de las exportaciones agropecuarias brasileñas.

La soja Roundup Ready (RR), genéticamente modificada para resistir al herbicida Roundup, fabricado por la propia transnacional, ocupa casi el 90 por ciento de los 25 millones de hectáreas de territorio brasileño sembradas con la oleaginosa.

Por usar esa semilla patentada, los productores brasileños deben pagarle un 2 por ciento de su cosecha anual en royalties al comprarla, y otro 2 por ciento cuando venden su cosecha.

“La ley prevé el derecho de los productores de multiplicar las semillas que compran, y en ninguna parte del mundo se cobra con la producción final. Los productores están pagando un impuesto privado sobre la producción”, comentó una de las abogadas de los productores demandantes, Jane Berwanger.

Paradójicamente, Monsanto no debe hacer frente esta vez en Brasil a ninguno de sus oponentes tradicionales (agricultores familiares, productores de otros rubros, sindicatos, grupos ambientalistas, movimientos sociales, comunidades nativas) sino a quienes son objetivamente sus aliados, los productores sojeros que han incorporado sin mayor drama una tecnología que multiplica sus ganancias.

“No hay como Monsanto para esquilmar”, decía recientemente la francesa Robin.

Más allá de esta situación, no se escucha entre los sojeros reclamos por los daños sanitarios y ambientales generados por los productos que Monsanto elabora y ellos utilizan, o por el desplazamiento hacia las periferias urbanas de decenas de miles de campesinos expulsados por el avance de la soja, o por la amenaza que la oleaginosa representa para el Cerrado, un área de 2 millones de quilómetros cuadrados que concentra el 5 por ciento de la biodiversidad mundial.

Aun así, dijo un productor lechero de una pequeña localidad de Rio Grande, “toda dificultad de Monsanto hay que celebrarla”. Máxime cuando no es la única que la transnacional enfrenta en Brasil, y en especial en ese estado del sur del país.

A fines de agosto, un tribunal de segunda instancia de la ciudad de Porto Alegre condenó a la empresa a pagar al Estado 500.000 reales (unos 250.000 dólares) por una “publicidad engañosa” sobre la soja transgénica.

El aviso, de 2004, promovía las “bondades” del producto de laboratorio cuando éste todavía estaba prohibido en Brasil.

Monsanto “enalteció un producto cuya venta estaba prohibida y no aclaró que sus pretendidos beneficios son muy cuestionados en el medio científico”, dice el fallo del juez instructor del caso, Jorge Antonio Maurique.

Si la sentencia es ratificada, Monsanto deberá pagar el cuarto de millón de dólares y además difundir una publicidad en la que consten los efectos negativos de los productos con los que modifica las semillas de soja.

Fuente: Rel-UITA

Daniel Gatti – Rel-UITA
http://nicaraguaymasespanol.blogspot.com/2012/09/brasil-monsanto-entre-la-apropiacion.html

Interesse por cultura brasileira cria chance de fortalecer economia via ‘soft power’

Rodrigo Pinto
Da BBC Brasil em Londres
Atualizado em  4 de abril, 2012 – 10:59 (Brasília) 13:59 GMT

O Brasil pode estar desperdiçando uma oportunidade única de fortalecer o chamado “soft power” no cenário internacional, com impacto positivo na sua economia, aproveitando o corrente interesse por sua produção cultural.

Essa é a opinião de especialistas ouvidos pela BBC Brasil, que dizem que esse interesse tem aumentado nos últimos anos, em parte pela projeção do país como nova potência econômica, mas também turbinado por ações isoladas de setores ligados ao governo e de grupos privados.

Enquanto o governo instala bibliotecas de fronteira e incentiva o lançamento de escritores brasileiros em outras línguas, agentes privados levam ao exterior eventos antes só disponíveis no Brasil, caso do festival Back2Black, uma das mais de dez grandes atrações brasileiras a desembarcar em Londres até os Jogos Olímpicos.

Mas especialistas alertam: se estas iniciativas não forem coordenadas e representarem uma estratégia deliberada, os benefícios que a crescente economia brasileira teria por meio da exportação e poder de sedução de seus valores – o chamado soft power – podem ser limitados.

“Soft Power” é um conceito elaborado pelo professor americano Joseph Nye para definir a capacidade de países influenciarem relações internacionais e intensificarem trocas comerciais através da sedução de produtos como filmes, música, moda, mídia e turismo. A economia dos Estados Unidos, por exemplo, se beneficia da ampla exposição de seus produtos por meio dos filmes de Hollywood.

O termo se contrapõe ao chamado “hard power”, que define ações militares e bloqueios comerciais, por exemplo.

“O Brasil exerce naturalmente o soft power”, diz Nye em entrevista à BBC Brasil. “Se você observar a cultura brasileira e seu impacto, verá que a imagem do país é originalmente positiva, mesmo antes do avanço econômico recente. Pode ser que isso tenha a ver com o futebol, mas o fato é que há uma percepção de que o Brasil lidou bem com questões caras a outros países, como a racial. Ou seja, é portador de valores como tolerância. E isso é importante”, resume.

Mais artistas brasileiros

Nye e outros especialistas alertam para o fato de que, para funcionar, o soft power requer capacidade de articulação entre agentes públicos e privados, o que muitas vezes pode exigir a criação e uma entidade específica.

“Não é essencial, mas ajudaria muito. O British Council (órgão de promoção da cultura britânica no exterior), por exemplo, é muito bem sucedido e prova que não é preciso gastar muito, mas apenas coordenar ações, para se obter grande impacto”, exemplifica Nye, antes de lembrar que os setores cultural, de mídia e de entretenimento tendem a ser os primeiros a se beneficiar. “Mas isso depois se espalha por toda a economia.”

Além da Grã Bretanha, países como França, com a Aliança Francesa, Alemanha, com o Instituto Goethe, e a emergente China, com o Instituto Confúcio, optaram por este tipo de organização.

Jude Kelly diz que ‘há mais artistas (brasileiros) do que nunca’ na Grã-Bretanha

“É preciso notar, porém, uma diferença histórica. Os poderes coloniais montaram estas instituições quando estavam em declínio e precisavam aumentar trocas comerciais. O caso do Brasil é diferente, porque o país está em ascensão”, pondera o professor de História Econômica da América Latina Colin Lews, da London School of Economics.

“Como o país está mais afluente e confiante, há uma pressão natural por institucionalizar a ação de soft power. E, de fato, é preciso haver um espaço institucional. O Itamaraty sempre teve uma postura independente – até mesmo dos governos, civis ou militares – e sabia onde queria ver o país. Mas agora a ação brasileira se tornou mais extracontinental”, diz o Colin.

O crescimento da procura por produtos brasileiros no mercado internacional de arte e entretenimento é claro. “Há mais artistas vindo do que nunca. Neste ano, há eventos com brasileiros em todos os grandes centros culturais britânicos”, sublinha Jude Kelly, diretora artística do gigante Southbank Centre, à beira do rio Tâmisa, em Londres.

Com nove viagens ao Brasil carimbadas no passaporte, Kelly promoveu há dois anos um festival de um mês integralmente dedicado a mostrar “como a cultura brasileira está sendo usada para transformar comunidades”. Neste ano, o Southbank sedia o espetáculo “Hotel Medea”, que Kelly assistiu no Festival Internacional de Edimburgo do ano passado, e a instalação “aMAZEme”.

‘Nova Bossa Nova’

Envolvido há quase duas décadas com produções teatrais no Brasil e na Grã-Bretanha, o produtor inglês Paul Heritage diz que, no passado, levava mais ingleses ao Brasil do que o contrário. Hoje, diz, há interesse e movimentação semelhante – e crescente – nos dois lados.

“O Brasil tem que aproveitar este momento. O país tem usado com sucesso uma tecnologia social das artes muito particular. O Ministério da Cultura investiu muito nas redes e criou um mercado alternativo ao capitalismo que vem ajudando as comunidades. E esta tecnologia, única, pode ser exportada. A Inglaterra, por exemplo, não tem”, diz Heritage. “Esta tecnologia social das artes é a nova Bossa Nova”, compara o produtor, responsável pela vinda de grupos como o Afro Reggae, Galpão e Nós do Morro à Grã-Bretanha.

Para Heritage, a área cultural do Itamaraty não está afinada com o crescimento da demanda por produtos artísticos do país. “É preciso mais coordenação, porque em um mundo de poucos recursos, é necessário haver mais diálogo. Está na hora de criar um novo órgão. O British Council, por exemplo, une forças”, exemplifica Heritage.

Organizadora do festival Back2Black, que há duas edições vem estabelecendo a ponte entre a música brasileira e seus semelhantes na África e nos Estados Unidos, Connie Lopes concorda com o colega britânico.

“É a hora de o Brasil ter seu instituto cultural permanente para representar interesses e divulgar valores que são comungados por artistas, produtores e empresas que apoiam estes eventos. Nós, de forma geral, nos articulamos, mas seria bom uma ação coordenada”, pontua ela, à frente do segundo festival brasileiro a chegar ao exterior – o primeiro foi o Rock in Rio, com versões em Portugal e na Espanha. “A partir da gestão do Gilberto Gil no Ministério da Cultura, o setor se profissionalizou muito e requer nos níveis de organização”, defende.

O Itamaraty não nega que a conjuntura mudou. “Há espaço para interação (entre agentes econômicos e poder público) mais lógica, sim. Não há uma unidade”, reconhece o porta-voz do Ministério das Relações Exteriores, Tovar Nunes da Silva. “Mas não necessariamente haverá um novo organismo, especificamente destinado a cuidar das ações de soft power”, adianta.

Nunes da Silva afirma que o Brasil é o único país emergente que “só tem soft power”. “Optamos conscientemente pela não militarização. Basta ver que somos um dos poucos países do mundo em que o herói nacional é um diplomata (Barão do Rio Branco) e não um general. Não temos escolha, nossa história é de soft power”.

‘Ocidental plus’

O porta-voz cita organismos como os Centros de Estudos Brasileiros e a Agência Brasileira de Cooperação como exemplos de institucionalização do soft power. No entanto, defende diversidade na condução das ações públicas e privadas. “Somos um país ‘ocidental plus’. Ocidental não é suficiente para classificar o Brasil. Os modelos dos países desenvolvidos talvez não satisfaçam esta alma meio solta, que é parte do que somos. Há um processo de sofisticação que talvez demande que este país seja representado de mais de uma forma. Não há um kit Brasil”, diz.

“Optamos conscientemente pela não militarização. Basta ver que somos um dos poucos países do mundo em que o herói nacional é um diplomata e não um general. Não temos escolha, nossa história é de soft power”. Tovar Nunes da Silva, porta-voz do Itamaraty.

Em meio ao crescimento constante da procura por produtos (muitos dos quais culturais) brasileiros na Grã-Bretanha, o embaixador Roberto Jaguaribe concorda com Nunes da Silva. O diplomata diz que a imagem brasileira está mudando “do alegórico, festivo, para o da potência econômica, ambiental, democrática e capaz de incluir socialmente”. “No entanto, pessoalmente acho que uma organização específica não é a melhor forma de articular esforços. Buscar homogeneidade em tudo limita um universo mais amplo de representação”, reforça.

“Sem uma instituição, de fato há mais diversidade”, concorda o professor Colin Lewis, da London Schoool of Economics. “Mas corre-se o risco de se perder o foco.”

Além da Grã-Bretanha, onde, segundo Jaguaribe, há crescimento do interesse pela produção brasileira nos últimos 20 anos, as artes brasileiras são destaque na Alemanha, na Colômbia e em Nova York, onde o Sesc acaba de assinar um acordo com o selo Nublu e o festival Globalfest para garantir destaque permanente a artistas brasileiros no evento, que acontece todo mês de janeiro. Acordos também estão sendo fechados no Leste Europeu e na Ásia, sempre com ação pública e privada.

 

http://www.bbc.co.uk/portuguese/noticias/2012/04/040423_brazilian_softpower01_rp.shtml

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